¿Por qué mi hijo se porta mal?
María José Imedio López
Muchos padres dan por sentado que su hijo ha nacido así: “¡Qué le vamos a hacer…!” E incluso son capaces de establecer analogías con otros miembros de su familia : “Ha salido como su abuelo…”. Todo ello parece denotar una sensación de impotencia para controlar la conducta del niño por los padres, situando el origen del problema en factores exógenos. Lo que ignoran es que, habitualmente, conductas como la desobediencia están fuertemente controladas por diversas variables, a las que no son ajenos los propios padres.
Las variables más importantes y que pueden constituirse en el origen y mantenimiento del problema serían:
– El control de las consecuencias: Una de las variables más importantes es la consecuencia que tiene para el niño la ejecución de una determinada conducta: el llorar, gritar, patalear, etc., son instintivas en el recién nacido: con ellas el bebé puede controlar la conducta de su madre y sentir satisfechas sus necesidades más vitales. El hecho de atender rápidamente sólo a este tipo de comportamiento hace que estas conductas coercitivas de control, por parte del niño, se mantengan y perpetúen.
– Con frecuencia, se dedica más atención a las conductas inadecuadas de un hijo que a sus conductas adecuadas: Siempre se esperará que el niño se porte bien y, por tanto, no debe ser halagado o premiado por ello. El niño puede realizar a lo largo del día muchas conductas correctas, pero no recibirá a cambio ninguna atención especial por parte de los padres. Por el contrario, un padre no debe consentir que su hijo sea desobediente y será rápidamente advertido o castigado. El niño se da cuenta que con este tipo de comportamiento suele atraer la atención de sus padres (aunque sea para regañarle) y quizá sea la única forma que conozca de conseguir que se le preste atención.
– La interacción con los hijos: El tiempo, uno de los peores enemigos a la hora de establecer un buen vínculo afectivo (vínculo de apego) con los hijos. Las jornadas de trabajo ocupan a ambos padres casi todo el día y ello repercute negativamente tanto en la cantidad como en la calidad de la interacción padres-hijos, tan necesaria a lo largo de todo el desarrollo del niño. Un escaso tiempo de dedicación determina en algunos niños la aparición de conductas no adecuadas, de desobediencia o incluso somáticas.
– Cada niño es diferente y sus necesidades de atención por parte de los padres pueden variar, no pueden establecerse pautas generales para todos: Sin embargo, la aparición de conductas problemáticas es un síntoma inequívoco que debe ponernos en guardia y hacernos más sensibles respecto de las demandas afectivas que reclama el niño y no satisfacemos.
Es importante tener en cuenta los estilos educativos ejercidos por los padres. Estos deben saber ser generosos pero, a la vez, es imprescindible establecer límites claros a las conductas y demandas de los hijos. Si no se hace así, las demandas aumentarán y la percepción del niño será de que tiene el control sobre los padres y que sus solicitudes son derechos reales a los que no tiene por qué renunciar.
– Las características de los hijos: Factores como el temperamento parecen ser también muy relevantes. A pesar de que la personalidad del bebé no presenta todavía muchos de los componentes que serán evidentes más tarde, sí está presente en forma de su expresividad emotiva y de sus reacciones ante la estimulación del entorno. Ante una misma actividad o juego un bebé puede reaccionar gritando de alegría mientras otro reacciona de forma más tranquila, o incluso llorando. En la base de estas diferencias individuales estaría el temperamento particular que conforma la personalidad temprana del bebé. Hay estudios que catalogan a algunos niños, como “difíciles”, presentando este grupo mayor número de problemas de conducta. La genética dice mucho ya en estas primeras etapas. Es necesario tener en cuenta que los problemas de conducta que presentan los niños son el resultado de una multiplicidad de factores que es necesario evaluar y tratar para corregir.
– Factores externos al niño: En último lugar, destacar que ejercen una particular influencia en las conductas de nuestros hijos factores externos al propio niño como pueden ser :
Los vínculos emocionales con los miembros de la familia: Tenemos que preguntarnos si el niño se siente querido dentro de su núcleo familiar. Los lazos afectivos bien establecidos a edades tempranas, como el llamado “apego”, son fundamentales para la estabilidad del niño y para prevenir malas conductas. Es muy frecuente la aparición de conductas agresivas y de falta de empatía hacia los otros en el caso de adolescentes que se han visto privados de una adecuada vinculación afectiva con sus progenitores. Ello puede deberse tanto a factores de fuerza mayor como la pérdida, muerte o separación física de los mismos, como a la negligencia o falta de atención adecuada de los padres hacia sus hijos, malos tratos, etc., aún conviviendo bajo un mismo techo.
Sabemos que muchas de estas conductas son consecuencia de la llamada de atención por parte del niño a los padres que quizás de otra forma no le prestan. Es importante compartir con el niño tiempo suficiente para establecer dichos vínculos.
El ajuste emocional y social de los padres: Para una buena progresión emocional-conductual del niño es muy positivo que los padres, no sólo no sufran trastornos emocionales sino que, de haberlos, el niño no los perciba de forma angustiosa. Esto puede resultar difícil en caso de situaciones de maltrato o separaciones traumáticas. Sabemos que existe una alta correlación entre madres deprimidas y trastornos de conducta en los hijos.
El nivel cultural y económico: Los problemas de conducta no son patrimonio de ninguna clase social. Se dan en todas ellas. Es evidente que un nivel cultural muy bajo unido a una situación de precariedad laboral y económica es un sustrato muy fuerte para generar conductas no deseadas y que pueden desembocar en la delincuencia. Sin embargo, estamos asistiendo actualmente a la aparición de conductas delictivas e incluso criminales en sectores de población joven de clase acomodada.
Los modelos: Hasta que no está cercana la adolescencia, los principales modelos a seguir, en todas sus facetas, suelen ser los propios padres o hermanos mayores. De nada servirá que le digamos que se comporte de una determinada manera si los modelos que tiene a su alrededor no son coherentes con lo que le pedimos. Sabemos de la impotencia de muchos centros escolares, que hacen una labor educativa impecable pero esa labor no se ve complementada por los modelos familiares. Otro modelo a valorar es el que ofrecen los medios como la TV, Internet, videojuegos, etc. Ha habido un gran debate acerca de la influencia de ciertos programas violentos sobre la conducta de los niños. Las conclusiones apuntan en el sentido de que no puede establecerse relación directa causa-efecto. El factor realmente importante es el entorno donde el niño ve estos contenidos. Si es en un entorno ya de por sí conflictivo (familias desestructuradas, amigos violentos, etc.) sí que puede tener una repercusión en la magnitud o frecuencia de las conductas inadecuadas.
María José Imedio es Maestra de Educación Infantil y Experta en Atención Temprana. Directora de CAIS